La Lección del Vaso con Agua
En una antigua logia, un joven aprendiz recién iniciado se encontraba inquieto. Semana tras semana acudía puntual a las reuniones, pero no podía evitar notar lo que, a su juicio, eran defectos en la conducta de sus hermanos.
Veía cómo algunos llegaban tarde, otros parecían distraídos, y no faltaban quienes susurraban durante los trabajos. El joven se sentía decepcionado. ¿Cómo podía ser que en un lugar tan sagrado y lleno de símbolos de perfección, existieran actitudes tan mundanas?
Un día, no pudiendo contener más su frustración, se acercó al Venerable Maestro al finalizar la sesión y le dijo:
—Venerable Maestro, estoy confundido. Ingresé a esta orden buscando sabiduría, virtud y hermandad. Pero lo que veo son errores, falta de atención y falta de respeto. ¿Es esto verdaderamente la masonería?
El Venerable Maestro, con mirada serena, no le respondió de inmediato. Le pidió al joven que viniera más temprano la siguiente semana.
Cuando el aprendiz llegó a la hora indicada, el Maestro lo esperaba con una sonrisa y un vaso lleno de agua, tan colmado que apenas una gota más lo haría derramarse.
—Hermano —le dijo—, quiero que tomes este vaso, lo pongas sobre tu cabeza y camines tres veces alrededor del templo. Pero atención: si derramas una sola gota, deberás comenzar de nuevo.
El aprendiz obedeció. Con extrema concentración, comenzó a dar vueltas al templo. Cada paso era medido, cada movimiento calculado. No podía permitirse distracciones. Terminó las tres vueltas sin derramar nada.
El Venerable Maestro lo miró y le preguntó:
—¿Qué viste mientras dabas tus vueltas?
—Nada, Venerable Maestro —respondió el joven—. Estaba tan enfocado en no derramar el agua que no me fijé en nada más.
Entonces, el Maestro sonrió y le dijo:
—Así también debes conducirte en tu camino masónico. Tu vaso representa tu obra interior. Si te concentras en ti mismo, en pulir tu piedra bruta, en trabajar tus imperfecciones, no tendrás tiempo para juzgar a los demás. Cada uno de nosotros está en un grado distinto de perfección, pero todos estamos aquí para aprender. No viniste a mirar los errores ajenos, sino a transformarte a ti mismo.
El aprendiz guardó silencio. Sus ojos se iluminaron con comprensión. Desde ese día, su actitud cambió. Ya no buscaba fallas en sus hermanos, sino que dedicaba cada reunión a mejorar en silencio, como quien cuida que no se derrame el vaso de su propio espíritu.
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